La mágia de las sombras seducía los oscuros semblantes, eran una sola junto al terrible abismo. Fusionábanse con la noche el esplendor de la locura y los funestos cantos a la perdición. Y mis frías manos solitarias abrazaban la creciente soledad.
Es el arte puro de morir silenciosamente en los opacos recuerdos; un rostro perdido, unas manos olvidadas. Y los ojos, no los suyos, los de la gente que se extraña al verme escribir en la oscuridad; nadie sabe que estoy conversando, para no sentirme tan solo, con mi própio ser ahíto del aberrante camino.
¿Dónde hay una luz? al final de las silentes jornadas, más es vanalmente que me acerco a ella, a la luz, a saber de los hechos que son las sombras que provocan su irrevocable presencia, las poseedoras de una increíble sabiduría. más paupérrimo clamor al pensar que al crear arte las personas contrariadas me tilden de extraño, alejado de su irrefutable realidad. No es más que mi agonizante espíritu que clama libertad entre la arrogancia de sus voces y la estupidez de mis acciones. Más no son dignos de merecer tal privilegio, acaso la irredimible oscuridad muere en sus repudiosas miradas; el placer de saberse maldito sucumbe ante un decir insidioso que refleja la ignorancia certera de las masas absorventes-repelentes.
De seguir en el camino, con plena y feliz certeza, será cada vez más inconforme el proceder, más silencioso el morir.