el espejo del vampiro

Glitter Words

Gothic and Dark MySpace Comments and Graphics/a> -

esta es mi voz la voz de un muerto desaparecido.o que tratas de dasaparecer en un leve alarido...

YO SOY TU MIEDO.
lo q en un momento no te atreves a decir,soy tu deseo incapas de repetir,el miedo interno;q con cerrar los ojos crees desaparecer.soy tu voz interna q no te atreves a escuchar.el susurro del viento.q te hace temblar.pero sobre todo soy aquel,que quisieras q difinitivamente no existiera ya...

¡Gracias por tu visita!

Bienvenidos: a la clohaca de nena krespuskula .no sean gachos ,dejen su firmita de ante mano gracias un beso kuidence  bye.....

       

lunes, 17 de mayo de 2010

VESTIDOS PARA EL EROTISMO.


Aquel día yo vestía unos tejanos negros, cortados por debajo de la rodillas y rotos en sitios muy estratégicos, una camiseta con algunos agujeros, mis deportivas, mi eterno maquillaje negro, tanto en labios como en ojos y el pelo negro suelto.
Hacía rato que me aburría un poco, ya que era un día de diario y no había demasiada gente. Pedí mi última birra, mientras una canción de Blind Guardian se metía por mis oídos. Estaba decidida a marcharme, cuando entró un chaval bastante joven. Seguramente no estaría acostumbrado a ese ambiente, porque miró alrededor suyo con curiosidad. Vestía unos tejanos desgastados y una camiseta aun más vieja (heredada seguramente de su hermano mayor) de los Scorpions. Se sentó a mi lado en la barra, y debido a mi aspecto, me observó con interés.
- ¿Es la primera vez que vienes aquí?- pregunté, bebiendo de mi mediana.
- Sí, y mola...- me respondió, con cierto nerviosismo.
- Ya...- hice un gesto a Jorge, el chico de la barra. Este se acercó, sonriente.- Oye, ponle una de los Scorpions al chaval...que es nuevo.- Jorge asintió y se alejó.
- Gracias, pero apenas he escuchado a los Scorpions.
- ¿Y porque llevas una camiseta suya?
- Bueno, es que...- se interrumpió. En eso la puerta del pub se abrió y un hombre de unos cuarenta años entró con la furia de un huracán. Sus ojos buscaban algo en la oscuridad. De pronto se fijó en el chaval y se dirigió a él. Al llegar a su altura lo agarró del brazo.
- ¡Te he dicho que no entraras aquí!- gritó.
- Pero, papá ...yo no...- Pensaba que se lo comía, al pobre, así que decidí intervenir.
- Oiga, no ralle, déjele en paz, que no ha hecho nada malo. Ni siquiera ha bebido.
- Usted no se meta.- su contestación me resultó tan obvia que decidí aprovecharme de mi aspecto. Adelanté mi rostro un poco y me vio el maquillaje, lo que le dejó desconcertado.
Soltó el brazo del muchacho y se echó un poco hacia atrás. Me levanté.
- ¿Porque no viene conmigo?- le dije, mientras con la mano le invitaba a seguirme hacia la diminuta pista de baile. Hice un gesto a Jorge, que enseguida entendió.
- Aquí no somos tan malos- concluí.
Aproveché para fijarme en su aspecto general. Llevaba una camisa blanca abrochada hasta el último botón y unos pantalones oscuros de vestir. En su cuello colgaba una cruz, que personalmente, me hubiera gustado más invertida. Iba pulcramente peinado, y en su mano brillaba una alianza como una incitación a deshonrar su significado. Una oscura y perversa canción de David Bowie flotaba en el ambiente. Mi cuerpo empezó a moverse al ritmo de aquella música, lo cual constituía una perfecta invitación a la lujuria.
Imagino que aquel hombre debía llevar un buen tiempo sin echar un polvo decente, y modestia aparte, tanto mi cuerpo como mi cara eran pura tentación. Los salidos son tan fáciles de dominar...y su mirada fija en mí rebelaba claramente su necesidad...ja.ja.ja...
Antes de acompañarme a la pista le dijo a su hijo que le esperase fuera, en el coche, entregándole las llaves.
Con cierta prepotencia me siguió a la pista. En su resolución se adivinaba unas ciertas ganas de darme una lección. Pobrecito.
- Qué se habrá creído la mocosa ésta- pensé mientras veía a mi hijo salir del local y con determinación me acercaba a aquella representante del género femenino cuyo negro maquillaje me provocaba una extraña atracción. Por cierto, mi nombre es Luis.
Intenté mantener la serenidad y poco a poco me fui aproximando a su cimbreante cuerpo que, porqué no reconocerlo, era muy apetecible. Siempre me ha gustado bailar y no me costó adaptar mis movimientos a los de aquella seguidora de Marilyn Manson. No sabía quién era ese extraño personaje pero conocía su careto de verlo en algún dominical de El País. Aquel mamarracho andrógino con maquillaje de película de terror barata. No sé si fueron las contorsiones ridículas que hice al son de aquella música, por el olor a porro que había en aquel local, o por ambas cosas, el caso es que comencé a sentirme mareado. Tras dar un par de traspiés, aquella chica me ayudó a llegar hasta el pasillo que franqueaba el acceso a los lavabos. Me dejé llevar como un autómata, pues mi cabeza giraba sin cesar. Con paso resuelto me condujo hasta una de las cabinas del baño de las chicas y de un empujón me introdujo dentro. Mareado me senté sobre la sucia taza del WC.
Cerró la puerta tras de sí y sin mediar palabra se sentó a horcajadas sobre mis piernas. Me tomó la cabeza con ambas manos y me besó a conciencia. Era el beso más lascivo y excitante que me habían dado nunca. Su lengua jugaba dentro de mi boca y me gustaba. Me estaba volviendo loco...mi mujer...mis hijos...mi educación católica...mis creencias...pero aquel beso me gustaba...cómo me gustaba...
Pero aquello era pecado. Con todas las fuerzas que pude reunir luché por apartarla de mí... su atractivo cuerpo... aquellos ojos turbadores... sus pechos que rozaban contra el mío... sus besos de hechicera... pero me gustaba... cómo me gustaba...
De un violento tirón me arrancó los botones de la camisa dejando al descubierto mi agitado pecho. Se sacó la camiseta... Yo no quería mirar sus pechos... pero mis ojos no obedecían... Con un nudo en el estómago alargué mis dedos hasta rozar uno de sus erectos pezones. Tomándome por la nuca me atrajo hacia ella hasta colocar mis labios a la altura de aquel delicioso manjar...
Me encantaba verlo retorcerse bajo la atracción que ejercía sobre él. Lo dominaba completamente, y toda su estúpida moralidad se estaba esfumando como mi ropa. Antes de que se arrepintiera, lo apreté contra mis pechos, casi obligándole a que me los chupara. Pero no hizo falta, porque su lengua ya los estaba explorando, dándome un gustazo enorme...
Trazaba círculos alrededor de mis duros pezones, mordisqueándomelos un poco. Me arqueé ligeramente y pude observar que sus manos estaban quietas. Agarré una y me la llevé a mi entrepierna. Todo él estaba algo rígido. Con su mano me empecé a pajear furiosamente. Pronto su mano se movía sola, de arriba a abajo, haciendo que me mojara. Me desabrochó los tejanos rotos y los tiró a un rincón. Ahora estaba delante suyo, solo con una braguitas rojas. Me arrodillé, y sin dejar de mirarle a los ojos, le desabroché el pantalón, y se la saqué.
- No...- susurro, y me enseñó su alianza. Me carcajeé maliciosamente, se la quité y la observé. Le di un beso (negro...) y la tiré lejos. Paseé mi lengua por su miembro con deliberada lentitud desde la base hasta la punta. Gimió.
- ¿Es que tu mujercita no te la chupa?- sin esperar su respuesta me la metí entera en la boca y seguí dándole lametones de variada intensidad, mordiéndole un poco la punta, masajeándole los huevos... Se lo chupaba como si fuera una golosina, sin dejar de mirarle. Su cara era un poema: una mezcla de perversidad y repulsión. Quería que se corriera, así que a la vez lo masturbé suavemente, cuando sentí que la leche subía, aumenté la intensidad de la paja y mis lamidas, y finalmente se corrió en mis tetas. Me incorporé y lo miré. Recogí su leche con las manos y me las limpié en sus pantalones. Un pequeño recuerdo que descubriría su esposa cuando los lavara... Deslicé mis braguitas al suelo, descubriendo mi coño, cuidadosamente depilado. Él estaba hipnotizado. Levanté la pierna y la apoyé en la cisterna, al mismo tiempo que le agarraba con fuerza del cabello, obligándole a mirarme.
- Cómemelo, cabrón...- ordené, y bajé su cara a la altura de mi coño.
Lo primero que percibí fue el olor de su sexo... Pasé mi lengua por su pubis y los incipientes pelitos se clavaron en ella como pequeños alfileres. La introduje en su rajita buscando su clítoris...estaba dispuesto a que aquella niñata me suplicara. El sabor agridulce de sus jugos estimulaba mis sentidos. Me agaché un poco más para llegar con mis lametones hasta su culito. Mi lengua iba de un lado a otro deteniéndose golosa en su esfínter. Me entretuve un buen rato succionando su clítoris enrojecido. Estaba convencido de que le gustaría un poco de dolor así que no escatimé alguna que otra caricia con mis dientes. Ella continuaba empujando mi cabeza contra su sexo mientras se movía rítmicamente facilitando mi trabajo. De pronto comenzó a incrementar el ritmo, se iba a correr así que yo también aceleré mis lametones. La muy guarra empezó a gritar sin recato. Aquello me excitó y me produjo la mayor erección que había tenido en los últimos años.
La tomé por detrás de las rodillas y la senté en la cisterna de aquel infecto retrete. Aún no habían cesado las convulsiones de su orgasmo. Separé sus piernas y se la introduje de un golpe de riñones para a continuación comenzar un violento mete y saca. Hubiera querido partirla en dos de tan excitado como estaba. Ninguno de los dos decía ya nada, sólo nuestros gemidos y la respiración agitada. Qué bien entraba y salía. Su sexo perfectamente lubricado se aferraba a mi miembro como una lasciva boquita glotona.
“Joder con el viejo”, pensaba yo, mientras me follaba con fuerza. “Muy cristiano, mucha moralidad de mierda, y después jode a las mil maravillas. ¡Cabrón!”. Eran los pocos pensamientos que se cruzaban por mi cabeza, porque estaba perdiendo poco a poco el mundo de vista.
Que gustazo... Lo miré. Tenía cerrados los ojos, y sus manos me empujaban de arriba a abajo con fuerza y precisión. Sonreí entre gemidos. Presa de placer, comencé a arañarle todo el pecho con las uñas. Sentía su polla dentro, y también sentía que ambos nos íbamos a correr, así que acerqué mi cara a su cuello y se lo mordí. Emitió un gritito que me pareció delicioso y se corrió abundantemente dentro de mi.
Me abandoné cuando sentí su leche golpeando las paredes de mi coño, así que solté mis jugos en un orgasmo brutal y rápido.
Nos quedamos unos segundos juntos, esperando que nuestras respiraciones se tranquilizaran. Después empecé a vestirme. Él me observaba, sudoroso.
- ¿Te vas?- me preguntó con ojitos llorosos. Sonreí.
- Claro, tío. Ahí afuera hay un montón de melenas y pantalones apretados que me esperan, pollas jóvenes. ¿Crees que habiendo esos tíos buenos aquí follaré más contigo? Lo llevas claro.
- Pero yo...- ya vestida, me agaché y lo miré a los ojos.
- ¿Sabes? Polla dura no cree en Dios...- y salí del baño, tarareando una canción.
Es agradable saber que has dejado mella en alguien, aunque sea toda una vida de arrepentimiento y psicólogos...
Cuando salí de los retretes de aquel tugurio reparé en que vendían camisetas. Ella había desaparecido. Compré una de Marilyn Manson. Todavía me temblaban las piernas. Mi hijo me miró estupefacto cuando abrió la bolsa con la camiseta. Luego sonrió.

SEXO GOTICO

EROTISMO GOTICO BREVE RELATO-

En los relatos góticos se advierte un erotismo larvado y un amor por lo decadente y ruinoso. La depresión profunda, la angustia, la soledad, el amor enfermizo, aparecen en estos textos vinculados con lo oculto y lo sobrenatural. Algunos autores sostienen que el gótico ha sido el padre del género de terror, que con posterioridad explotó el fenómeno del miedo con menor énfasis en los sentimientos de depresión, decadencia y exaltación de lo ruinoso y macabro que fueron el sello de la literatura romántica goticista.



SEXO GOTICO CON MI PRIMER AMANTE


Las mujeres góticas expresamos el otro lado de nuestra alma, ese lado que guarda nuestros sentimientos más profundos.

Así como me fui dando cuenta que soy gótica, también me fui dando cuenta que estaba interesada en un compañero de trabajo

Pero al mismo tiempo pensaba que era una locura porque tengo 41 años y él 29 además de tener esposa y una amante de 19 años.


Una semana antes de navidad terminó con su amante y yo lo consolé en su tristeza.

Pero lo único que hice fue aumentar mi deseo.

Llegó navidad y me auto-regalé un nuevo celular con un número nuevo que él no conocía.

Aprovechándome de eso, le empecé a mandar mensajes de texto provocativos y como él es flor de putañero se enganchó enseguida sin sospechar remotamente quien era que se le estaba insinuando.

A la mañana siguiente le mandé más mensajes pero pasado el mediodía no me aguanté y le confesé quien era.

Al rato estaba en mi casa. Solo un paso después de la puerta de entrada y ya nos estábamos besando y sin dar tiempo ni a sacarnos la ropa, me agaché y se la empecé a chupar. Yo ya estaba excitada desde el primer mensaje que le había mandado y por primera vez en la vida tenía una calentura incontrolable. Por eso fue que sin más preámbulo, me sacó la poca ropa que tenía puesta medio a los tirones y dimos tres pasos hasta llegar al sillón, entre besos y caricias.

Cayó sentado y yo me le subí encima de frente a él y ahí me la metió toda .

Le pregunté si tenía forros y como no había traído le pedí que la metiera por el c..... Así que me senté dándole la espalda, me puse gel y se me fue metiendo sola hasta que sentí que la tenía toda adentro. Lo cabalgué y lo cabalgué hasta que me llenó de leche y ahí pensé que ya estaría saciado y que se iba a poner tierno. Pero no podíamos para la excitación que estábamos viviendo y no nos dimos tregua. Se la chupé un poco y el me la chupó a mi y como si lo anterior no hubiese ocurrido me puse en 4 patas sobre el mismo sillón y otra vez me clavó por el c..... Esta vez duró más y me daba con fuerza. Yo le decía: “dámela toda”, “dame duro” y se ponía más enérgico y bombeaba con más ganas. Y otra vez se descargó bien adentro de mi . Allí ya estábamos muy acalorados y nos fuimos a duchar y aprovechando que estaba limpito se la chupé un poquito en la ducha. Luego tomamos sidra, justo sonó el teléfono. Mientras yo hablaba me empezó a besar el cuello y eso me puso a mil. Largué el teléfono sobre la mesa y allí apoyé mis manos, me incliné y otra vez más me entró por atrás. Me dio bomba hasta que le temblaron las piernas y allí si, decidimos darnos una pausa.

Ya iban como 2 horas de pura matraca. Hablamos un rato de cosas íntimas hasta que me dijo que se tenía que ir.

Entonces le pedí que me cogiera una vez más. Del sillón bajé a la alfombra de living, me acosté boca arriba y me puse un almohadón bajo la cadera y en posición misionero me clavó por cuarta vez en esa hermosa tarde de diciembre. Cuando estaba por acabar la sacó, se paró sobre mí y me roció los pechos con su leche. Yo le pedí que me limpiara con su lengua y se chupó todo ese jugo con el que me había bañado. Poco después me enteré que había comentado que yo la chupaba muy bien y que nunca jamás se había cogido a una mujer 4 veces por el c---y yo me sentí tremendamente emocionada porque hasta ese día siempre había pensado que era torpe para el sexo y que nunca iba a poder conmover así a un hombre. Desde ese día me sentí más segura de mi misma porque un despliegue así me permitió expresar ese otro lado de mi alma que estaba oculto por mi rol de madre, esposa y mujer trabajadora. Ustedes se preguntarán si pensé en mi marido, en mis hijos o si pensé que me podía contagiar alguna enfermedad ETS. Claro que no pensé en nada. Solo me importó ser la mujer más feliz del mundo por una tarde. Nunca jamás había vivido y sentido algo así y no creo que vaya a poder vivir nunca algo tan intenso.

raza nocturna

"Negras son nuestras vestiduras,Macabra siempre nuestra presencia,

un VAMPIRO k vivia resignado en un arbol podrido en medio del pantano se habia acostumbrado a estar alli.comia gusanos del fango. y se allaba siempre sucio.por el pestilente lodo.-sus alas estaban inutilizadas.por el peso de la mugre. hasta k cierto dia un ventarron.destruyo su guarida.el arbol podrido fue tragado por el ciano y y el.se dio cuenta de k iba a morir,.en un deseo repentino de salvarse comenzo aletear con fuerza para emprender el vuelo, le costo mucho trabajo,`p0r k al principio no sabia como volar.pero enfrento el dolor de entumecimiento hazta k logro levantarse y cruzar el ancho cielo llegando finalmente a un bosque fertil y hermoso. nunka es tarde.nunk des la espalda nunk avandones.nunk dejes de levantar el vuelo aun k se te olvide volar por largo tiempo...CONTEMPLO TU PELIGRO:El discipulo dijo al maestro.eh pasado gran parte de mi vida viviendo cosas k no debia vivir.deseando cosas k no debia desear.haciendo planes k no debia hacer.EL MAESTRO invito al discipulo a dar un paseo.por el camino señalo una planta.y pregunto al discipulo si sabia lo k era.- Belladona.puede matar a kien coma sus hojas.- pero no puede matar a kien se limite a comtemplarla.¡¡SOMOS VAMPIROS!! ¡¡LA RAZA NOCTURNA!!

sábado, 15 de mayo de 2010

-=Literatura Gotica=-

se ocultaba detrás de los cubos de basura del callejón. Recostado contra la pared hacía tintinear nervioso sus largas uñas contra el metal. La vieja gabardina que usaba estaba sucia y roída gracias a esperas como aquella. Hacía tres noches que no se alimentaba con humanos

(sangre, sangre, sangre)

y la cabeza le palpitaba dolorosamente. Unas pocas ratas no eran alimento suficiente para un vampiro maduro como él.

Estaba pensando en cambiarse de ciudad. Algo más al Sur quizá. Tendría que viajar en tren-lanzadera como los humanos, claro. Los helicópteros de la Guardia Azul sobrevolaban Boston al acecho de criaturas como él y no dudarían en derribarle. Un transporte militar pasó aullando por la boca de la calleja, rumbo a la muralla perimetral. La potente luz ni siquiera le deslumbró, ya estaba acostumbrado. Los disturbios eran constantes en los distritos exteriores. Dos semanas atrás, más de mil muertos en una manifestación por un más justo reparto del tabaco. Un mes antes, casi quinientos en unas protestas por las esterilizaciones. Siempre los distritos exteriores. Las clases más pobres trataban sin éxito de rebelarse contra el grupo dominante.

¿Pero no había sido así siempre? Darzzemm ya había visto antes todo esto y sabía que algunas veces los pobres ganaban. En sus mil años de peregrinar había conocido muchos pueblos amotinados: los sangrientos campesinos húngaros del siglo XVI, el norte de África del siglo XVII, ingleses y franceses en el siglo XVIII, los valientes españoles del XIX, brutales italianos en el XX, los suicidas árabes del XXI, los crueles noruegos en el siglo XXII, caníbales chinos en el XXIII... Los humanos guerreaban con una frecuencia casi exacta de cincuenta años; eran sorprendentes.

Cuando el vampiro se preparaba para incorporarse y buscar otro escondrijo, oyó pasos y risas en la calle. Contó hasta tres voces

(sangre, sangre, sangre)

distintas. Dos mujeres y un hombre, ¿verdad? Sí, eso era. Pasó inconscientemente la punta de la lengua por sus afilados colmillos y se hundió de nuevo en la oscuridad.

Él notó algo raro al internarse en el callejón agarrando por la cintura a las dos hembras. Arrugó la nariz y vaciló antes de entrar. La mujer de su derecha tropezó con un desecho demasiado sólido y estuvo a punto de caer. Iban las dos terriblemente borrachas. Reían y cuchicheaban en sus oídos y no le dejaron concentrarse en aquello que estaba notando. Él sabía que el peligro acechaba en el callejón, pero su hambre se impuso al temor. La joven de su izquierda buscaba algo con la lengua en su oreja. Un calor intenso ascendió desde su entrepierna…

Darzzemm

(sangre, sangre, sangre)

esperó paciente a que entraran del todo en la oscuridad. Esperaría, sí. En silencio, casi invisible detrás de los cubos. Cuando se confiaran, entonces atacaría. Los humanos, siempre tan sexuales, siempre tan predecibles. Como siempre hacía, aguardaría a que se sintieran cómodos.

La chica rubia estaba tratando de quitarle el cinturón. La morena le introducía violentamente la lengua en la boca. Ambas se apretaban estrechamente contra él. El hombre se dejó llevar lentamente hacia esos placenteros lugares. Apenas se percató de la sutil sombra que se acomodaba para saltar desde el lado contrario.

El vampiro tensó los músculos y se dejó llevar por sus ansías de matar, de beber

(sangre, sangre, sangreeeee)

sangre humana. Echando la gabardina hacia atrás, levantó las manos, descubrió los amarillentos colmillos y se abalanzó sobre el grupo. Precedido por un hediondo aliento, como salido de una tumba, emergió de entre las sombras volcando todos los cubos de basura. El olor de la presa, tan tierna… Casi en éxtasis, apartó con un violento golpe a las dos mujeres lanzándolas al suelo. El hombre era su objetivo principal; quizá ofreciera mayor resistencia.

Cayó sobre él con un aullido, dispuesto a cometer el sacrificio milenario, dispuesto a beberlo por entero. Apartó los (fuertes) brazos y se lanzó directo al cuello de su víctima. Contrajo entonces los labios, la mirada perdida, y dejando al aire todos los dientes mordió

(dolor, miedo, sol, fuerza, mal, oscuridad, estallido, dolor, sangre, mucho dolor, luz)

pero al instante se apartó. No podía traspasar la piel de aquel humano. Comprendió su error, pero era demasiado tarde. Con un sordo rugido, él le atrajo en un abrazo por fuerza mortal y comenzó a abrir su propia boca. Y la abrió y la abrió. Los labios y dientes del hombre se estiraron e hicieron presa en su cuello. Con un leve esfuerzo abarcó su boca y nariz. Darzzemm pensó que tan sólo con la boca, aquel ser sería capaz de tragárselo. El nauseabundo olor del infierno le sofocó hasta el punto de casi asfixiarlo. Entonces él comenzó a absorberlo. Poco a poco al principio. Las caras de todas las víctimas anteriores del vampiro acudieron a su mente, como si la criatura extrajera sustento de aquello. Con más fuerza después. La sensación empezaba a ser insoportable. Sus brazos colgaban a sus costados, inermes. Antes de desmayarse, en un colosal estallido de luz mental, le miró a los ojos.

N´aerjabaernon, el demonio, soltó el pellejo vacío que había sido Darzzemm. Las dos hembras humanas con que pensaba alimentarse esa noche yacían inconscientes en el sucio suelo del callejón. Ya no las necesitaría: había tenido mucha suerte. Hacía tiempo que no se sentía tan saciado, aquel vampiro debía haber sido muy poderoso. Las almas que sentía revolotear en su pecho así se lo confirmaban. La sangre le ardía y le abultaba todas las venas del cuerpo. El demonio se recostó contra la pared, suspiró, y trató de digerir la dosis de poder que había recibido.

erotismo vampirico



jueves, 13 de mayo de 2010

el sabor del projimo.

EL SABOR DEL PRÓJIMO
Alfonso Franco

Comenzó arrancándose con los dientes un pellejo de su pulgar derecho, y después de un tiempo, ya tenía el cuerpo de un niño en el congelador.
Le gustaba desangrarlos antes de comer el cuerpo; los colgaba de los tobillos, aún vivos, como a las reses en un gancho de carnicería; con los antebrazos abiertos en canal, hasta que la bomba cardiaca se detenía. No importaba la edad o el sexo.
Salir de caza no era algo cotidiano, un adulto podía durar en el refrigerador hasta un mes antes de ponerse demasiado tieso e insípido; luego salía a la calle y elegía a otra víctima, la estudiaba. El único requisito era estar sano y rechoncho. Cuando el ataque era seguro, no había forma de escapar, la cacería era fulminante.
Había conseguido una pistola de aire, de las que usan en los rastros para sacrificar marranos; en la televisión dijeron que el estrés liberaba toxinas en los músculos al momento de la muerte, y eso afectaba el sabor.
Seguía al elegido, tras encontrar el lugar y momento indicados, ella saltaba desde la oscuridad, y dejaba escupir, a la pistola de aire, un perdigón de acero que se incrustaba en el cráneo, entre ceja, ceja y media madre, causando una muerte segura. En un principio, necesitó de dos o tres disparos, pero la practica la amaestró.
Una noche abrió la nevera y sólo halló una carcasa descarnada; lo único de peso dentro de ella era el hígado, un pedazo de víscera apelmazado.
—Todo menos hígado —, dijo, como reclamándole al refrigerador.
Salió a la calle, y entró en el torrente de las arterias de la ciudad. Esta vez no habría tiempo para prolongar el acecho, así que sólo buscó guiada por el instinto.
Entró a un bar dispuesta a enganchar a cualquier viejo rabo ver-de; no pasó mucho tiempo para que un hombre se acercara a ella. Era un cincuentón no muy atractivo, pero estaría bien.
Lo sedujo y lo llevó hasta la cama de su improvisada carnicería. En un momento de descuido, le ensartó un pedazo de metal en la frente. Siguió con la rutina de preparar el cuerpo, sólo que al abrir los antebrazos, no escurrió ni una gota de sangre.
Extrañada, sacudió con violencia el cuerpo. Nada. Ya molesta, tomó un machete y empezó a golpear en cuerpo, produciéndole incompletos tasajos.
En el momento en que estaba apunto de sesgar la cabeza, unas manos heridas detuvieron el vuelo del metal. Los ojos del cuerpo se abrieron y ella entendió instantáneamente el significado de la frase “quedarse congelada”, cuando miró con las imágenes de quien está a punto de perder la razón, al hombre herido descolgándose, figura furtiva que se transformaba, se convertía en otra cosa con cada movimiento.
Cuando la imagen de un roedor antropomorfo, pálido y con poco pelo apareció ante sus ojos, ella supo que no habría nada más. Ni siquiera intentó gritar. Era imposible, pero aquel ser lacerado, aquella bestia semihumana y desnuda la golpeó, dejándola atarantada.
La creatura sujetó el machete y cortó un trozo de su propia carne.
Con las garras, abrió la boca ensangrentada de la mujer, y metió el trozo de piel y músculo hasta donde alcanzaron sus dedos. La obligó a tragar.
Luego de una muerte violentada por fuertes convulsiones, la mujer despertó. Lo primero que vio fue a aquel hombre maduro cazado en el bar, intacto, sin una sola herida, que le dijo:
—Vamos, mujer, que ahora yo te enseñaré a cazar como se debe...

los invitados

LOS INVITADOS
Ricardo Guzmán Wolffer
.—No mames, Ruly, perdóname la apuesta.—¡Estás loco! Si te perdono pago yo. Orale, cabrón, para que sigas chupando y apostando con todos esos güeyes. Estás grueso. ¡Imagínate, pagarles la peda a todos esos chupadores profesionales, ni loco!—Pues sí, hijo. Pero asómate no-más al maldito túnel del Metro. Está más negro que tus nalgas. Se ve de la re’chingadísima— dijo, señalando.—Sin llorar, ¡putón! Nomás que si te rajas quedas como marica. Aunque claro, puedes seguir chupando con los cuates o quedarte a la mitad del camino por culpa del Metro o de cualquiera de esos monos.El Tuercas no pensaba permitirle a la cruda que llegara, así que apretó los afilados colmillos, y bajó del pasillo al túnel para echarse a correr por la vía. Apenas había dado unas zancadas, sintió que alguien lo veía desde el techo. Después escuchó unas garras arañando las paredes. El Tuercas se-guía corriendo, no quería perder. Al llegar a la parte más obscura del camino subterráneo, una risa salió del techo y entonces pudo ver contra la rueda blanca del fondo a una anciana que caía unos metros atrás de él. “Putísima la monja, es Gladis, ésta si me chinga”, alcanzó a musitar. La risa histérica de aquella vieja harapienta se confundió con la de los demás comensales, que desde las paredes anticipaban su triunfo. Apenas dio unos pasos, cuando la anciana le brincó en la espalda, congelándole los brazos y cabeza. Después le cayeron los demás. En el último instante, antes de que la sangre negra le brotara de los mil mordiscos, el Tuercas pudo gritar a todo pulmón: "¡Cabrones gorrones!"Ruly, en el iluminado pasillo del Metro, sonreía tras escuchar al Tuercas. Urgándose los afilados colmillos con el dedo leproso, para ver si no que-daba algún coagulo del último banquete-succión, se dijo: “Puta madre, es que hay cada güey tan atascado allá adentro”. Después fue a beber gratuitamente, a sabiendas de que el Tuercas estaría listo para la siguiente noche.

cicatrices

CICATRICES

José Luis Ramírez

Tal vez una nota, pensó.
Aunque tuvo miedo que los dedos lo traicionaran y se viera obligado a que repetir mil veces la despedida, la tinta y la caligrafía repartidas en hojas y hojas que terminarían todas en el cesto de la basura, evidencia de su indecisión.
«Irte así, sin más. Es tan típico de ti, güey».
Y la navaja la dejó en la mesa y torció los labios, tomó el teléfono. Marcó.
La contestadora respondió con el tono de siempre:
“Hola. Estás hablando a casa de Mabel. Deja tu mensaje y número ya que por ahora no voy a contestar. Estoy muy ocupada para atenderte. O no estoy. O tal vez ni siquiera quiero escucharte. O es un número equivocado. O vas a colgar como todos. Como sea, di lo que tenías pensado decir... ”
La saliva y la voz atoradas en la garganta.
—Mabel. Soy yo. No sé cómo decirlo. Yo, yo ya lo he pensado y pesa bastante. Abrir los ojos, moverse; hasta respirar. No tengo por qué soportarlo ¿sabes? Es mi vida, puedo hacer con ella lo que me venga en gana. Como sea, te quiero bastante. Eres lo más cool que me haya pasado, voy a extrañarte pero, ¿qué se le va a hacer? El sitio al que voy no puede ser más malo que este.
Ruido de tonos y de mecánica.
El contador incrementando en uno el número de mensajes.
—Adiós.
Tomó la hoja de afeitar.
Tenía práctica en partirla y juntar luego el par de mitades para hacer el corte. La primera vez un rasguño pequeño en el brazo, cerca del hombro; luego la rodilla, el antebrazo. Siempre sitios ocultos por la ropa, al alcance de los labios. De su afición por la autotortura sabía sólo Mabel, también de su enfermedad.
—¿Y eso?
—Cicatrices.
Y siguió con la esponja enjuagando antes del lavaplatos.
—¿Y de qué?
La mirada atenta a la forma en cada corte.
—Nada importante.
Sonrisa incrédula. Confesión.
—Me gusta cortarme, es un vicio que tengo. Cuando estoy harto, cuando estoy deprimido, cada vez que hace falta. Tomas una navaja, la rompes y cortas. Es fácil —risa a medias; delatora, sincera—. Además, no sé bien por qué, pero me excita lamer las heridas.
—Ya.
—Va en serio, aunque igual tengo esta enfermedad, lo contrario de la hemofilia. No sangro mucho.
—¿Y lo haces de nuevo?
—Sí, bueno; es como el sexo, igual lo haces una vez y ya sólo piensas en hacerlo de nuevo.
Más risas. Nunca más hablaron de ello.
—Joder.
El corte fue una herida profunda de la muñeca hasta mitad del antebrazo.
Y aún así la hemorragia se vino en cámara lenta.
La dermis abierta, la piel blanca.
Puntos de sangre que se dibujan uno a uno hasta ser una línea punteada. Corte aquí, piensa. Y la raya se hace gruesa y se corre a un extremo. Primero un guijarro, una roca que se descuelga por la vertiente hasta ser avalancha, alud. La lengua a la espera de esa lágrima roja.
Los ojos cerrados. Sabor a sal.
Génesis.
El cuerpo rechaza todo trazo de luz. Vomita un alma que le fue dada al nacer y enfrenta a dios como su igual. Un ser superior a todas las cosas. El yo y el ego abiertos y dejados de lado como trozos de cascarón. También la ventana, la seguridad del hogar. Eso que era él ya no cabía en el orden establecido, se había gestado en entrañas propias. Y sentía hambre, lujuria. El deseo des-bocado en el corazón y la piel ardiendo.
Las estrellas cómplices de su nacimiento.
Sangre. Semen. Carne.
Los dientes recorriendo la piel y despojándola de secretos, rasgando. La saliva roja al igual que los labios. El aire y el entorno distintos. Negro. La obscuridad un ente vivo que lo embebe de sus entrañas. Lo abraza, lo besa.
Fue en la obscuridad que la halló.
Una amante vestida de luz ámbar y que olía a feromonas, a él.
El cabello rojo, el rostro todo dis-culpas.
—Sabía que lucías así.
Cazadora de piel.
La manga izquierda acomodándose hasta desnudar la muñeca. Navaja, disculpa marrón. Los labios rezando al sabor de la vena. Lactando. Haciéndose dueños de un alma que ya poseían.
Tacto que no se hartaba de acariciarlo, de beber.
La lengua siguiendo la herida en el ante-brazo, reacción de feromonas, saliva y plasma. El alma drenada a través de los dientes. Dolor. Un dolor extendido a lo largo del paladar, en la garganta.
—Ven.
Y ella se levantó.
Tomó esa pose de él con los brazos caídos. Se irguió, se mostró mujer y perfecta; opuesta a todo lo que era él. Cristo distorsionado, desnudo. El cabello largo y desalineado, negro. La actitud melancólica, mirada triste. Las heridas que de algún modo estaban en los brazos y no en el costado, las manos, los pies. Los clavos en algún lugar de su pasado. Ninguna expresión.
—Viólame.
Y las cosas sucedieron con demasiada avidez.
Movimientos rápidos y certeros. La ternura sustituida por un nombre de guerra, sangre. Los dientes bus-cando, hasta abrirse paso; la lengua, la entrega, el clímax. Las heridas de los brazos desaparecidas. Los puños cerrados.
La cabeza dando vueltas a sucesos que no debiera recordar.
—¿Fue así?
—¿Qué?
—La primera vez.
Los ojos huyendo de la interrogante a ningún lado.
—Eso no importa.
—Claro que importa. Te marcó, aún te cuesta tomar lo que es tuyo.
—¿Eres mía?
Mirada depredadora; hurgando en los ojos, buscando más allá. Interpretando cosas a partir del aroma, de los gestos, la expresión en el rostro.
—Sabes a qué me refiero.
—La maté. ¿Qué importancia puede tener cómo?
Los ojos delineados de un llanto que no se atreve a arrojarse.
Negros como sangre en la ausencia de luz.
—Háblame de nosotros.
—¿De nosotros? Qué se puede decir, sabes los rumores. Somos distintos.
Y el siseo de las palabras hizo que el silencio sonara a melancolía.
—¿Inmortales?
—No. Aunque nunca supe de uno que muriera de viejo. Somos longevos. Creces, sólo que llega un mo-mento en el que ya no tanto como los otros. Somos ácratas, amorales, egocéntricos. In-mortales no. Hay for-mas de morir. Es sólo que nadie las sabe.
Rezos, veladoras, olor a incienso.
La arquitectura de catedral re-saltó aún más la falta de expresión, la apatía.
—¿A qué me trajiste?
Las palabras hicieron eco en el techo de bóveda.
—Mira.
La crucifixión de cristo. Espejo de aire.
El cabello negro y atorado en las espinas, empapado en sudor y sangre tibia. La mirada en catarsis, perdida en algún lugar entre cielo y suelo. Padre, ¿por qué me has abandonado? Y los demonios cagándose de la risa. Mirándolo con desdén.
—Oh. Creíste que me enamoraba. Que había un final en el que vivíamos felices. Tú y yo juntos para siempre. ¡Para toda la eternidad!
Sarcasmo. Risotada.
Las pupilas dilatadas hasta serlo todo.
Los santos arrojados de sus altares por el despecho. San Judas Tadeo vuelto añicos y lo mismo el sagrado corazón, el cristo del crucifijo. Yeso. Ruido y polvo que se corren. Aversión.
—¡Perra!
Los dedos alrededor de su cuello.
Los pulgares en la garganta y los otros contra la nuca, las falanges a un punto de hundirse, listas a castigar. La cabeza echada hacia atrás y la carcajada valiéndose de la garganta como una caja de resonancia, el eco no hace sino amplificar el efecto.
Cínica. Ella es la misma que ha sido siempre.
No le importa si las uñas se entierran inmediatas al estímulo de adrenalina.
La piel deshecha. La sangre un manantial escurriéndole tibio.
Risa.
—Mercí, mon amour. ¡Mercí! —los de-dos llevándolo hasta el cuello, obligándolo a beber de esa última ofrenda—. Allez, boire moi. ¡Boire moi!
La carcajada aún menos sórdida que el eco.
La sangre y la piel vueltas polvo en sabor y textura.
La figura desmoronándose; dejando ropa, ceniza y cabellos en vez de la amante. El suelo un cementerio de polvo y tela. La ciudad el laberinto que ha sido siempre. ¿Qué otro refugio sino ese al que perteneces?
—Mabel
Los nudillos en la puerta por tres veces. El dolor a bocajarro.
—¡Mabel!
Una línea de luz se dibuja bajo el umbral.
Las piernas desnudas, playera.
—¿Uriel? —los labios temblando—. Creí que... Te creía muerto.
La risa nerviosa. Las manos reconociendo su rostro, los ojos escurridos como la cera.
Ansia.
Los dedos enredados como una promesa.
—Es peor.
El abrazo deshecho.
Las manos en los bolsillos y la espalda en el muro.
—¿Qué dices?, ¿Qué hay peor a estar muerto?
La mirada es de culpa, melancolía.
—La maté, Mabel. ¡La maté!
Llanto en seco. El rostro descompuesto, los ojos entrecerrados.
La boca y la garganta abiertas.
Ningún sonido.
La mirada encerrada en la tensión de los dedos.
La ausencia de líneas, de un destino al cual aferrarse.
Risotada.
La diestra vuelve armada del bolso.
La hoja de la navaja bella, resplandeciente.
La punta yendo de lado a lado en la palma.
La herida estéril, incapaz de dar a luz un hilo violáceo.
Los dedos abiertos, el movimiento lo bastante para cambiar el pulgar de la hoja a las cachas. El brazo en alto. La diestra dispuesta a hundirse de lleno en la otra. Destellos de cromo. Dedos largos y delgados, un beso. La caricia lo bastante para desarmarlo.
—Ven.
Y una vez dentro, el mundo es distinto.
Gotas de sangre.
La navaja lamiendo la curva del pecho, violando en una línea minúscula del pliegue, gemido, risas.
Una gota de miel roja ofrecida como consuelo.
Metamorfosis.
Perla, lágrima, manantial.
El amante pasivo se la quita de encima y la pone de bruces.
Transmutación.
La penetra tres, cuatro veces; cada una con más fuerza.
Y ella sólo se tensa.
Espalda perfecta.
Uñas y dientes que no saben sino ir y hacerse de una referencia en la almohada. La energía se concentra toda en un punto de la garganta. Orgasmo. El recuerdo de la sangre que se queda en la sábana.
—¿Cómo supiste?
—¿Saber qué?
—Que eras uno.
—Me suicidé, ¿lo recuerdas? —mueca, una expresión de dolor que no había tenido—. Me corté las venas... Esperé horas y no ocurrió nada. Salté por la ventana, huí de casa. Estaba harto, harto de todo. Viviendo por inercia, a la deriva. Marcando una raya en la piel por cada día que pasaba... Y nunca había cicatrices. No importaba cuan profunda fuera la herida ni cuántas veces rasgara en el mismo sitio, todas desaparecían.
—¿Y lo supiste?
—No. Sabía que era distinto, pero no supe qué sino aquel día. Ella estaba sentada en las escaleras. Abrazada a sus piernas con un vestido que le llegaba a los tobillos. Miraba las estrellas. El cuello largo y tendido como si quisiera alcanzar-las. Y la violé. Des-trocé su garganta.
Todavía me re-cuerdo bebiendo la sangre en su boca, mordiendo sus labios, haciendo el amor con un cuerpo muerto que sabía a pan. —los recuerdos dando vueltas en su cabeza—. Se parecía a ti —la piel blanca. Las venas de la yugular hinchadas, llenas de ambrosía. La magia del momento rota por cuestiones de instinto. Una poca sensualidad, la más que se puede cuando se arrebatan las almas—. Una niña. Cuerpo perfecto, alma perfecta... —la recorrió en la herida con el índice—. Cicatrices.
La besó.
Un beso de despedida.
Veinte años.
Mabel lo vio una calle antes y una calle después de pasar a su lado, mirando por la ventana del autobús como hacía siempre que era mejor no pensar y sorprendida de encontrarlo ahí, recargado en un árbol y luciendo exactamente como en la fotografía de su bolso. Delgado, rostro adolescente; vestido de cazadora y jeans negros a pesar del calor. Gafas ovales.
Le pareció tan de sueño. Una aparición.
Como si dios mismo estuviera a mitad de la urbe.
—Bajan, ¡bajan por favor!
La compostura perdida porque nadie que busque un sueño la guarda. Se dio a la carrera, portafolios y gabardina acomodándose a cada paso al igual que los senos.
—No está.
Permanecen el árbol y el bulevar, la sensación de pérdida que era la misma desde aquel mensaje en la contestadora, las cicatrices del pecho y el antebrazo, la humedad. El deseo de que esto no fuera un sueño. De que ésta vez, al menos ésta, lo pudiera abrazar.

crespusculo rojo

CREPÚSCULO ROJO


Si las metáforas son las perversiones del lenguajes,entonces las perversiones son las metáforas del amor.Karl KrausH. Pascal—
No puedo.—Claro que sí.—Te advierto que no puedo. No estoy en días propicios.El pasó la lengua por sus labios. Ella miró ese gesto no como un signo de gula, sino como una mueca en que se evidenciaba, una vez más, deliciosamente, su inmadurez.—Además no quiero. Luego sueño feo.—Los sueños son sólo un camino hacia el deseo.El acercó su mano hacia la cintura de ella. El umbral de la puerta estaba iluminado por un cielo rojo, un extraño resplandor de media noche.Ella deshizo el conato de abrazo.—Sí puedes. Y sí quieres.Era el cabello rojo de ella que cubría toda la noche, toda la percepción de él. Todo su gusto exacerbado. Sus colmillos retráctiles estaban a punto de saltar. Pero se contuvo. Dominó el salto del vampiro. La necesitaba a ella, olía su sangre a través de la falda, a través de las sombras rojizas de la noche.—Sí quiero, pero no puedo. Te lo juro.—No jures en vano.Volvió a acercar sus manos hacia el talle femenino. No hubo resistencia, a pesar de que lo eludía, pues abrió el umbral de su casa para dejarlo pasar.—Aquí abajo no. Vamos a mi alcoba.Era una diosa terrible cuando subía aquellas escaleras oblongadas. Una diosa arribando lentamente al cielo oscuro del deseo. Una doncella de otros tiempos a punto de perder la virginidad, otra vez.Atravesaron el pasillo de hierro. Atravesaron la mente del universo, el camino hacia un quart a punto de estallar cuando entraron a la recámara iluminada por neones de colores. Atravesaron el tacto de Dios cuando finalmente se abrazaron. Ella traía la blusa azul. La blusa que como un mar en retirada fue deshaciéndose en un extenso escote a medida que se desprendían los botones. Una ola que se dilataba y se contraía como un ciclón que se deshace para dejar paso al festejo de la creación. El reino de la carne blanca ante los ojos de él.—Déjame tocarte.—Abre tu boca.—Déjame verte más.—Abre tus sentidos, abre tu tacto, desenvuelve tu toque de chaman, distiende tu lengua de bardo, despliega las velas de tu vida. Déjame mostrarte otro camino hacia el vacío.La camisa blanca, los jeans, la lengua de los tenis, las agujetas de la conciencia se desprendieron. Cayó de rodillas ante ella. Tomó desde abajo los senos pequeños mientras miraba hacia el elevado altar de su hermoso rostro, de su sonrisa, de su cabello rojo. Fue bajando el beso de sus dedos por el pecho, por el abdomen y el talle hasta llegar a la falda. Acarició la piel de la pelvis a través de la tela, bajando más y más, sin dejar de mirarla, sin dejar de sentir su aliento rojo sobre él. Las manos penetraron por debajo de la falda para hallar la pequeña pantaleta y la jalaron, lentamente. Los ojos siguieron el movimiento de los párpados de ella, entornándose; los oídos escucharon el leve sonido de la toalla íntima al desprenderse de la tela.—No, no; así no—, dijo ella, cuando él retiró la toallita humedecida de rojo y comenzó a alzar la falda empujando con su rostro, oliendo la sangre, el tejido casi vivo que se desprendía suavemente de aquel nudo de nervios, fuente de desconciertos que la atravesaba entre las piernas.—Sí, así sí...Ella intentó retirar ese rostro hambriento que buscaba sumergirse en su interior, y jaló suavemente sus cabellos. Pero no pudo, no quiso ser capaz. No deseaba contener el toque de esa respiración anhelante, la brecha que abría en su alma esa búsqueda inefable.La lengua en busca de la sal. El goce en busca del deseo. La vida en busca de la muerte. La muerte en busca del placer. La lengua en busca de una gota de carne, de una gruta enrojecida, de un manantial de fluidos imprecisos.Ella respingó hacia atrás. Ella sintió cómo se rasgaba de lascivia; ella sintió la mórbida vía láctea que reventaba lentamente en su interior.—No, así no.—Así sí...Cada vez más profundamente, cada vez más sangre, más fluidos, más células, más savia primordial en busca de la caricia de gato salvaje que la engullía, más fuego líquido para llenar el hambre de esa lengua hecha de conflagraciones, más zumo de fervoroso amor para ahogar la idolatría del santo idiota arrodillado a sus pies.El ascenso hacia el cielo obsceno del deseo, el descenso al mar luminoso de la desesperación.La caída incesante. La vida dilatada en un grito, la muerte comprimida en un suspiro final.Cuando se desmayó, él la tenía férreamente sostenida por la cadera, aprisionando sus glúteos con las palmas, clavando las uñas en su cintura.Los colmillos retráctiles habían saltado como dos estacas de marfil perfecto. Los ojos habían nutrido su color con la sangre, con los tejidos, con el sentido de la realidad única. Con la delicia de la nutrición profunda, espiritual, libertina, incompleta, favorable, envenenada, propicia.Se levantó tomando el cuerpo de ella entre sus brazos. La tendió en la cama y miró su figura entre penumbras. El torso desnudo. El cabello revuelto. La piel más pálida que nunca. Los ojos cerrados. La respiración de una diosa dormida. Los senos amodorrados. La falda alzada. El pubis abierto, los muslos con tatuajes incoherentes, hilos de sangre, hebras de fluidos rojos, trazos de tejido viviente, dibujos dadaístas, jeroglíficos que relataban el instante de una vida, glosolalias que cifraban su mensaje en la satisfacción.La dejó así. Observándola mientras se vestía.Cuando salió, la media noche le parecía más roja que nunca.Miró hacia el parque. Nada lo observaba.Se acercó para estar seguro de que sólo sonreía. De que en sus ojos no había otra cosa que una estúpida burla.—Eso no cuenta—, dijo Nada.—¿Qué?—El mole de horqueta no cuenta.—No te entiendo.—Bebiste sólo endometrio. Comiste licuado de células, líquido de matriz. Eso no es sangre. Ergo, no cuenta.El recuerdo de la madriza. Las ganas de repetir los chingadazos. La evocación instantánea de sus labios, de su sangre. El asco.Escupió sobre Nada. La saliva aún rojiza escurrió por su rostro como una amiba derretida.Nada suspiró.Nadie le dio la espalda para internarse en la noche, en el crepúsculo rojo de sus propios pensamientos.

Merlina y el diablo.

MERLINA Y EL DIABLITO

Gerardo Sifuentes


El aire se corrompía conforme se acercaban.Ella lo guiaba lentamente por callejones formados con cajas de madera delgada, rastros de verduras amargas desechaban sus vapores sobre el suelo. Y la mugre que se adhería a sus botas eran vestigios de extrañas sensaciones humanas, lágrimas y sudores que delataban la condición humana.El viento en contra hizo que la esencia acaramelada de la sangre de Merlina lo enloqueciera, olvidando el entorno. Pensó en su nariz pecosa, en sus ojos avellanados, la figura delgadísima de muñeca que lo tomaba de la mano para guiarle por aquel laberinto. Se llamaba Luz, pero él prefería llamarla Merlina.La había encontrado en una lavandería, con esa mirada que delataba una inteligencia por encima del promedio, pero sobretodo, un ansia por salirse, por dejarse llevar. «¿Se te ofrece algo?», aquella vocecita lo había embrujado. Al aparecerse ella sobre el mostrador Sariel pensó en un delicioso acto de guiñol, de esos que no veía en mucho tiempo. A sus siete años Merlina era un santuario incorruptible en medio del caos de la ciudad, quizás el último trazo de inocencia que era lo que orillaba a Sariel a protegerla, y a dejarla ser.No la había raptado, ella misma sabía que tenía que abandonar su hogar en aquel momento. Un par de juguetes, cepillo de dientes y un oso de peluche mugroso que asomaba por la mochila que colgaba de su espalda, equipaje suficiente.Ella sabía que Sariel era inmortal. Desde el primer momento supo que no estaba vivo.Merlina le decía cuando había peligro, le advertía sobre el reflejo de luna y ocasionalmente le ayudaba a encontrar a alguna persona «especial». Nunca había visto a Sariel entenderse con esas personas, jamás se lo permitía. Lo curioso era que nunca más volvía a ver a esas personas, sólo en ocasiones asomaban por la mente y sueños de Sariel. Le gustaba la palidez de él, casi del mismo tono que la suya. Su rostro afilado, sus manos, sus dientes. Hacían una pareja perfecta. Lo cuidaba de día, le narraba historias para alimentar sus sueños, le hablaba del futuro, de los demonios que se apoderaban de él y de sus visiones. Por la noche eran un par de extraños amantes paseando por los parques. Él la empujaba en el columpio, en ese péndulo que marcaba el ritmo de la extraña infancia de Merlina. Sariel le contaba historias de otras tierras y otros tiempos, de almas que vagaban por la ciudad en busca de compañía, cuentos de sangre y rímel negro.Merlina era especial en muchas formas, era la única cuyos sueños no podían ser leídos por Sariel. Y él se extrañaba por eso. Sus centurias vagando le habían hecho ver distintas perspectivas del mundo mortal. Aquellas personas que guardaban con celo sus sueños eran más propensas a ser amadas. Una noche le había dicho que en realidad ella era una bruja. Y Merlina se alegró mucho con la noticia. Aquella tarde Sariel despertó con la insistencia de ella. Arrastraba las botas, Merlina se aferraba a su deshilachada chamarra de mezclilla, llevándolo por calles que habían perdido su nombre .En su interior Sariel sabía que se trataba de una prueba de creencia.Así que llegaron al mercado, vacío, lleno de focos amarillentos que semejaban estrellas en decadencia.San Martín Caballero observaba con compasión desde su montura a un mendigo. El cromo se perdía entre una hilera de cabezas de ajos, herraduras y barajas de lotería, todo con un fondo de terciopelo rojo y lentejuelas metálicas que hacían un baño de sangre artificial. Unas pequeñas plantas de sávila, verdes, lechosas, guardaban cada esquina del local saturado de fetiches. Las ranas secas bailaron con las ráfagas fugaces de viento.Una anciana, arrugada y casi ciega, entonaba una antigua canción de cuna.«Señora Santa Ana, ¿por qué llora el niño?»«Por una manzana que se le ha perdido», pensó Merlina completando la canción, sin meditar que nunca la había escuchado antes en su vida.Las veladoras en honor a la Virgen de Guadalupe se apagaron de golpe, llevándose la veneración. Los sobres del ungüento del amor, del zorrillo y otros productos desaparecieron a los ojos de Sariel, el olor a incienso le picó en la consciencia. El humo se llevaba los rezos escondidos de la anciana. Podía escucharlos, sigilosos, entremezcla pagana y religiosa que se unía al cielo.Una mujer joven aguardaba en un rincón. Morena, exquisita. Especial. La astucia refulgiendo en sus ojos, vileza detectable a distancia.Sariel mostró sus afilados incisivos, abrazando a Merlina, la fiera protegiendo a su cría.—Dame a mi hija, nahual.Sariel no comprendió el adjetivo, y mucho menos la maternidad sorpresiva. Las brujas tenían modos extraños de presentarse.—El padre no tiene nombre pronunciable —la mujer se les acercó con cautela felina, sintiendo el olor de Sariel en la atmósfera, el perfume que pocas personas podían reconocer, partículas destiladas en aquellos organismos mágicos.Merlina quería llorar, arrancarse a correr, decirle a Sariel que se arrepentía y que no había mejor lugar en la ciudad que aquella lavandería con olor a suavizante donde se habían conocido. La anciana derramó una lágrima que sólo la niña pudo ver. La habían engañado.Sariel recibió una embestida de plegarias inconexas, la mujer estaba decidida a arrebatarle a su Merlina. A su única compañía, a su amante.Se distrajo.Y las uñas de la mujer trazaron pequeños surcos en el rostro de Sariel, veloces aún para él, impulsadas por una fuerza que escapaba a sus conocimientos.«Yo por ti me moriría de nuevo», pensó.Surgió la bestia contenida en él, buscando el daño preciso, el frágil hilo de la vida que pudiera romperse. Por que la bruja, después de todo, tenía la sangre caliente. Y cada gota ácida que cayó sobre su cuerpo le llenaba de confusión.Comprendió que Merlina observaba a la creatura que en realidad era Sariel.Pero lo hacía por ella.Y la afilada dentadura encontró el cuello, desgarrando la piel, llenando su boca con sangre hechizada, saturada con sabiduría obscura, antigua.La separó de él.—Tu y yo somos de la misma especie —la mujer habló sofocándose, mezclando sus lágrimas con su propia sangre—. La niña te traerá problemas.«No importa», pensó Sariel. Hundió su delgado brazo en un costado de la mujer, percibiendo su dolor, su extinción ingrata. Tomó el negro corazón que se convirtió en arena.El resto de su cuerpo se marchitaba lentamente, contrayéndose en una combustión invisible propia de aquellos que poblaban la noche.Sariel lloraba. No sería inocente a los ojos de su Merlina «Yo por ti me moriría de nuevo», la besó en la frente. Para ella Sariel siempre sería inocente. Por que los niños siempre buscaban un refugio, un amigo imaginario que los protegiera, que los escuchara. Merlina tenía mucha suerte, Sariel era real. Tomó del suelo una baraja de lotería. El Diablito bailaba gozoso en aquel rectángulo de cartón. Sariel era parte de una lotería obscura que se abría paso en tierra extraña. Sonrió.La calma.Aquellos seres nocturnos no existían. No en este mundo. No al que alguna vez Merlina había pertenecido.La anciana abrazó a Merlina y la santiguó con una fe envidiable. Descolgó de su estantería un pequeño amuleto, una semilla redonda, obscura, un ojo de venado. Lo colgó alrededor del pequeño cuello. Ahora Merlina estaría más protegida que nunca.—¿Quién es Merlina? —preguntó Sariel a la anciana.—Tu corazón —la anciana le acarició las heridas que de inmediato sanaron.Había cosas en el mundo que se podían curar.Los vio alejarse. —¿Y tú que eres? —Merlina preguntó mientras descansaba su cabecita en el hombro de SarielÉl no contestó. No lo haría. Sariel la cargó de camino a su refugio. Y por primera y única vez le leyó un sueño, mismo que guardaría como un preciado tesoro.Merlina durmió hasta muy tarde al día siguiente, sujetando con firmeza el ojo de venado sobre su pecho. Al despertar, observó a Sariel en su trance, y recordó lo que él le había dicho en sueños: «Aquí es la encrucijada, Merlina. Soy parte de ti, y te protegeré hasta que crezcas, hasta que llegue el punto en el que comprendamos tu verdadera misión en este mundo cambiante. Podrás contarle a la gente sobre nuestras experiencias, lo contarás cuando seas una verdadera bruja, pero mientras descansa, soy solo un demonio que desplaza leyendas que poco a poco mueren, y créeme que no es nada fácil llevar esta carga... «Te amo.»Merlina abrazó a su vampiro, esperando pacientemente hasta que el crepúsculo los reuniera de nuevo.

nosferatu







NOSFERATU


Es el tiempo, la hora.Ha de repetirse el eco de nuestros pasos en cada escalón y en cada uno de los muros, lo mismo nuestras sombras; ampliadas quizás por el temor que sientes de estar envuelta en este manto de noche; conmigo. Sin embargo no debieras temer, en muchas cosas somos iguales. También yo te temo. También yo te sueño. A mi también me gusta la nieve, me trae recuerdos.Dicen que nieva porque alguien te quiere; es agradable pensar en ello. Suponer que alguien habrá de extrañarte apenas te llenes de ese aroma que deja la muerte; impregnando de él toda tu alcoba, tu cama, tu miedo; tu camisón.Lo siento. No era mi intención asustarte. Se trataba sólo de hacer conversación, de mostrarte que no somos tan distintos; que respiramos el mismo aire que mueve las cortinas, que nuestra sangre es vino lo mismo que la del creador; que ambos aborrecemos la luz porque esta sólo nos muestra los defectos de la gente a la que queremos. ¿Opinas distinto?, anda, dilo; piensas que soy un monstruo porque me sientes detrás tuyo sin ver mi reflejo, porque volteas y ya no me encuentras; porque mi sombra se escabulle entre tus pensamientos. No temas; tus axiomas están salvos conmigo. Está bien que no creas en mí, en cierta forma te lo agradezco.No, no falta usar antifaces aquí. Tampoco sirve de nada creer en mitos. De nada puede servirte una cruz si no crees en ella.Créeme, yo tengo una que nunca hace caso; no, no es que sea muy devoto, o quizás sí; le tengo devoción a tus ojos. No los cierres, no te escondas en un suspiro. Deja calmar el temblor de tus labios; eso, quita los dedos y déjalos hacer lo que saben; entrégate toda. No tengas reservas de lo que eres y lo que soy, eso ya no importa.Anda; ven, acuéstate. Puedes prescindir de las sábanas y los edredones; no harán falta. El frío lo podrás controlar con el pensamiento; también al viento, a los lobos, a las ratas. Oh, olvidé tu aversión por los roedores. No importa, habrás de ver lo buenos que son como sirvientes, la lealtad que te tienen mientras duermes, lo cariñosos que son.Eso, deja a los dedos sentir los trazos que hay en la tela. Siente la piel que se dilata en tu pecho, el rostro que sonrojas, el latir de tu corazón. Tienes que recordar que la sangre es vida y la vida lo es todo. Eso, aférrate a ella. Respira. Drena tu pasión por heridas gemelas. Abrázame.Créeme que nada he visto más hermoso que tu rostro, que nada es más grato que esa expresión de labios entreabiertos. Me dejarás robarte un beso; recorrer de una caricia tu cuerpo, enredarme en tus piernas. Sentir como correspondes a mi cariño. Te quiero.Por supuesto sabes lo que eso significa.Sin embargo has arrancado la cruz de tu cuello, has cambiado. Te paseas de noche por el castillo mirando a ningún lado, duermes de día; a tu nana la has obligado a tener las cortinas cerradas, a vestirte de negro. «Ave María, mi niña», la señal de la cruz en su pecho, «pasó el muerto».Sonríes. Pero tu sonrisa ya no es inmaculada; tampoco tu rostro, tampoco tus piernas, tampoco tu sangre. Has estado bebiendo del láudano. Has estado jodiendo con los gitanos. ¿Qué te pasó?, ¿Por qué no eres más ese ángel que eras?, ¿Qué te hice por dios?, por el mismo dios que nos ha condenado, maldita sea mi sangre y maldita mi especie.Ríes. Risa de puta.Abres las piernas para ofrecerme consuelo.Pero qué consuelo puedes darme.—¿Ya no me quieres?Los colmillos azuzados más allá de los labios.Los párpados exangües de desvelo.—No, ya no te quiero.—Pues entonces mátame.—No puedo, eres inmortal… eres hija mía y de la noche.—Soy la puta del diablo.—Eres lo que quieres ser.—Te odio.—Y yo te amo. Luego son tablas. Ni tu ni yo. Ninguno de los dos habrá de sobrevivir al otro.—Me gustabas más antes, antes de esta hambre y de la lujuria. Cuando sólo venías en sueños y no te atrevías a hacerme el amor, cuando te temblaban los dedos antes de acariciarme. ¡Demonio!, ¡Nosferatu!—Eso soy.

martes, 11 de mayo de 2010

mi yo asesino

Ojala fuera como los cuentos, ojala sacaras tus mejores ropas cuando me ves llegar, ahora sin una pierna, ahora tuerto y sin un brazo y cansado. Ojala sudaras lentejuelas con solo sentirme aparecer (Ojala abrieras este empaque de hormigas que esconden un corazón de barro) (Me voy arrepentir de ti y allí voy, marinero al cabo, dejándome seducir, por el viento que me lleva a tu entrepierna. Yo que tengo claro el meridiano 107 voy a perder la brújula y que bueno)

Ojala llegue a puerto y te lo digo desde ahora: babéame la frente, quédate dormida. Déjalo todo y pálpame los parpados con cariño. Me lo dijiste, y lo note, y no se me olvida: Ojala. Ojala fueras tu quien sufre mis años.

Ojala me invitaras a recorrer las vías contigo. Ojala me ayudaras a ponerles dinamita para que nos atrapen, para gritarles por televisión; en vivo que no estoy para estos teatros, besarte frente a micrófonos y bajo reflectores; para cargarte y abandonarte; para ir a la cárcel y levantar el puño en alto; para lanzar una consigna por una causa que, si no eres tú, entonces, que me queda?.

Ojala que tomaras esta luciérnaga que guardo. Ojala que el amor ahogara perros y gatos.

Ojala lo poco que poseo subastara como baratija y me dieran dos pesos por la camisa y uno por el cuerpo.

Ojala que el auto que ruge a 10 kilómetros fuera el que estoy esperando: el de toda velocidad, el de sin frenos. Ojala este fuera mi último trago, ojala fuera amargo. Ojala te sentaras un rato conmigo, ojala nos dieran de palos, ojala me hicieran correr. Ojala un tsunami y un tornado me llevara muy lejos de aquí atado en la cama de tu pata. Ojala lloviera esta noche para sentirme realmente mojado

Ojala me dieras 2min de tu tiempo para resumirme que todos estos años sin mí. Los que no pienso recuperar y pienso desperdiciar en la punta de un cigarro…

estas imagenes las encuentras en nuestra galeria gotica


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vampiroa reales

vampiroa reales
Amantes de la oscuridad y merodeadores nocturnos. Los vampiros reales son hombres y mujeres que desarrollaron un especial gusto por la sangre. Humanos que tienen la utopía de convertirse en esos seres magníficos que gozan de vida eterna, esos seres de perpetua belleza y absoluto poder: Los vampiros Existen en la actualidad practicas sexuales relacionadas al vampirismo llamadas blood fetish. Uno de los integrantes de la pareja toma el control de la situación. Obtiene placer al atar a su pareja y realizar pequeños cortes sobre su piel para luego beber su sangre. Esta practica exige una ambientación especifica: un ambiente oscuro tenuemente iluminado por velas y música de carácter lúgubre, que remonta a épocas pasadas, mas relacionadas con el mundo vampírico.

mas k un ave ...mas k un angel obscuro...visitame.conoceme entra a mi dominio.

mas k un ave ...mas k un angel obscuro...visitame.conoceme  entra a mi dominio.
visitame vampire

la espera del vampiro

el clud de la media noche

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